Agroindustria

Pierden campesinos 5 de cada 10 cosechas en Suecia

La agricultura “bio” gana terreno mientras los campesinos empobrecen, y se agudiza una tendencia irreversible a la importación de productos extranjeros

Hoy, sólo cuatro de cada 100 suizos se dedican al campo. Hace tres siglos, por ejemplo, eran 80 de cada 100 los que utilizaban sus manos para labrar la tierra.

La explicación es simple: los agricultores actuales enfrentan algún grado de pérdida en cinco de cada 10 cosechas, desconocen el precio de venta de sus productos, tienen claro que no pueden sobrevivir sin apoyos públicos, y saben que la competencia del exterior es cada vez más inclemente.

Paradójicamente, el peso político y social del campo parece ser inversamente proporcional a su talla económica.

En Suiza, nadie quiere que la agricultura “tire la toalla”. Nadie está dispuesto a pasar a la total dependencia del exterior en el abastecimiento de productos básicos.

Y los involucrados simplemente se sumergen sin elección en el implacable renovarse o morir.

Tiempos de pujanza

En el siglo XVII, el campo era el eje de la vida suiza y europea en general.

Ocho de cada 10 familias eran de agricultores. Abuelos, padres e hijos, cada uno tenía una responsabilidad en las parcelas.

El campo era sinónimo de movimiento, de generación de riqueza. Y Suiza era líder en Europa en la producción de trigo, tabaco y patatas.

El siglo posterior comenzó a cambiar las reglas del juego. Las poblaciones rurales empezaron a migrar hacia las zonas urbanas y el rostro de la actividad económica se transformó, la industria había llegado.

Durante el siglo XIX, esta tendencia se acentuó, pero el campo aún tenía mucho por decirle a la economía global ya que generaba más del 25 por ciento de la riqueza del país.

Y ya en el siglo XX, la Ley Agraria de 1951 marcó un nuevo ritmo al campo suizo, uno que le fue favorable a los pequeños productores agrícolas durante casi 40 años.

La experiencia de la Segunda Guerra Mundial lo había cambiado todo, y había dejado una huella indeleble incluso en aquellos países que no tomaron parte de la misma. Les enseñó el significado de la palabra escasez.

Suiza quería asegurar su abasto alimentario futuro, y el gobierno estaba dispuesto a pagar el precio. Impulsó el cultivo en toda clase de terrenos, ofreció precios fijos para los productos y otorgó subsidios generosamente.

Y la cosa marchó, a su manera, hasta que llegó esa arma de dos filos llamada globalización.

Renovarse o morir

Así que, mientras algunas agrupaciones juveniles comenzaron en 1996 a hablar sobre la necesidad de un referéndum que aclarara si Suiza quería, o no, ser parte de la Unión Europea (UE), la Confederación Helvética negociaba una serie de acuerdos con los vecinos europeos (1998) para interactuar armónicamente en economía y política.

Más tarde, en 2001, el referéndum llegó y 77.4 por ciento de los suizos se pronunció por el “no a la UE”; pero a esas alturas, los campesinos helvéticos ya se habían visto obligados a renunciar paulatinamente a las generosas subvenciones estatales para privilegiar los llamados “pagos directos”.

El campo ya no era el mismo de antes. Los pagos directos ceñían a los productores a reglas precisas, como privilegiar la agricultura ecológica. Y los precios habían perdido el encanto de antaño, ya nunca más los fijaría el Estado sino la oferta y la demanda.

Pese a ello, el campo les cuesta a los contribuyentes —por conducto de las arcas del Estado— 7,200 millones de francos suizos, según datos de la Secretaría de Estado de Economía al cierre de 2005.

Las nuevas reglas

De acuerdo con el Eurostat, la autoridad estadística de la UE, los precios de venta al público de frutas, verduras y legumbres son en general 25 por ciento superiores a los del promedio europeo.

La salida simple podría parecer reducir precios y sacrificar un poco más las ganancias.

La Asociación Suiza de Agricultores (ASA) sostiene que, en 2005, de cada franco suizo de utilidad que generó una manzana, una patata o algún cereal, sólo 24 centavos fueron al bolsillo del campesino, los otros 76 centavos se quedaron en las manos de los diversos intermediarios que manejan el producto antes de que lleguen al consumidor final.

Otro problema: el costo de la mano de obra en Suiza es alto, por tanto, contratar refuerzos para los periodos de cosecha resulta muy costoso para los pequeños productores, lo que ha desatado un fenómeno económico clandestino.

Cada vez más agricultores están dispuestos a contratar trabajadores ilegales venidos de Europa del Este, a quienes pagarán menos durante algunas semanas, con objeto de “contener” los precios de venta y ganar en competitividad.

Apoyos y cultura “bio”

Tras la política agraria 2002, vino la 2007 —vigente— y la 2011, las tres a Suiza de lleno dentro de los parámetros y reglas del comercio mundial.

Hace cinco años, se trataba de 7.1 por ciento de las tierras helvéticas cultivadas; hace dos años, la referencia había aumentado a 10.5 por ciento; y al cierre de 2005, era aproximadamente 12 por ciento del total, el nivel más elevado de Europa junto con el austriaco.

Pese a ello, como lo confirma la Unión Suiza de Campesinos, la brecha entre la agricultura y el resto de los sectores productivos no hace sino agudizarse.

Cada vez más pequeños productores tienen actividades paralelas para completar sus ingresos, que según la Seco, actualmente promedian 50 mil francos suizos anuales, es decir, unos 4,100 francos al mes, para familias con cuatro integrantes como media.

Una percepción muy por debajo del promedio nacional de 5,500 francos suizos por trabajador, no por familia.

Y para mantenerse en la batalla, buscan refuerzos. El debate político en el Parlamento, y el apoyo de personalidades públicas como el entrenador de futbol Köbi Kuhn, o artistas como Michelle Hunziker o Jean-Luc Bideau, quienes desde abril toman parte de una campaña en la que vestidos a la vieja usanza de la camisa albiazul adornada con flores de edelweiss buscan concienciar a los consumidores sobre la calidad de su producción, y la importancia de apoyar al campo.

Un sector que, desgraciadamente, actualmente aporta sólo 1.5 por ciento a la riqueza nacional.

Fuente: Swiss Info

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