Agroindustria

Posible incrementar producción nacional de granos

Por medio del desarrollo tecnológico, capacitación y políticas de fomento es posible incrementar la producción de granos básicos que demandará la población mexicana durante la primera mitad del siglo XXI.

Para lograrlo, Antonio Turrent Fernández, especialista en materia agrícola, propone el “Plan Estratégico para Expandir la Producción de Granos a Niveles Superiores a la Demanda”, donde rememora que la entonces SARH estimó por métodos cartográficos que el país dispone de 37.5 millones de hectáreas de tierras de alto y de mediano potencial productivo agrícola, aunque sólo 32 millones cuentan con la distribución del recurso agua.

Esta “reserva de tierras de labor” se encuentra en los estados ribereños del Golfo de México y del Pacífico, al sur del Trópico de Cáncer. Su uso actual es principalmente pecuario, bajo sistemas típicamente extensivos.

Estudios recientes del Instituto Nacional de Investigaciones Forestales, Agrícolas y Pecuarias (INIFAP), agrega Turrent, sugieren una segunda “reserva de tierras de labor”, ubicadas en ocho estados del sur-sureste del país, donde existen entre uno y dos millones de hectáreas, con acceso potencial al riego –a partir de ríos y arroyos y/o agua abundante del subsuelo–, que sólo se cultivan durante el ciclo primavera-verano.

El experto anota que si se proveen de infraestructura para el riego, estas tierras podrían cultivarse dos veces al año y alcanzar rendimientos competitivos de maíz –hasta ocho toneladas por hectárea– en el ciclo otoño-invierno.

La región sur-sureste recibe cada año el 62 por ciento del agua dulce nacional, por lo que Turrent Fernández asegura que “el aprovechamiento futuro de este recurso incrementará de manera significativa los índices de cultivo y de rendimiento”.

Asimismo considera que el aumento de la producción se basa en el potencial de rendimiento que aún tienen granos como el maíz, ya que con la tecnología disponible es de 4.1 t/ha en la escala nacional (año agrícola, riego y temporal), mientras que en el quinquenio 2000-2004 se obtuvo 2.67 t/ha.

Para aprovechar el potencial productivo que aún tiene México –añade– será necesario realizar cambios en la intensidad con la que se aprovecha la tierra de labor, llevar el manejo de la tierra a un nivel más cercano a su potencial de producción, y realizar cambios del marco jurídico para fomentar la explotación integral agropecuaria.

En un amplio trabajo el especialista destaca que en el quinquenio 2000-2004 el índice de cultivos de ciclo corto fue 0.6345, lo que indica que por lo menos 36.55 hectáreas de cada 100 dedicadas a los cultivos de ciclo corto, se mantuvieron ociosas.

La experiencia reciente (1980-2004) del campo mexicano, muestra que la variable índice de cultivo responde fuertemente a las políticas de incentivo y desincentivo. Durante 1981, se alcanzó 0.8412, valor máximo del periodo de estudio, mientras que el valor mínimo absoluto, 0.5524, se alcanzó en 1993. El incentivo del Programa de Apoyos Directos al Campo (Procampo) impulsó la recuperación parcial de este índice, en el periodo 1993-1998.

Antonio Turrent afirma que con la combinación del incremento en la tierra de labor dedicada a los cultivos de ciclo corto hasta 27 millones de hectáreas, un índice de cultivo igual a la unidad y un índice de rendimiento igual al máximo observado, es decir 2.6541, se podrá lograr la producción del orden de 56 millones de toneladas de los 16 granos básicos.

Esta producción más la importación del 10 por ciento del consumo aparente, igualaría a la demanda de una población nacional de 138 millones de habitantes, suponiendo que se contara con los elementos necesarios para ello.

La estrategia

El investigador aborda lo concerniente al proceso técnico de producción, reconociendo que es necesario definir y actuar sobre otros aspectos de estrategia, que competen a los ámbitos financiero, de mercadeo, seguro y de asistencia técnica, entre otros.

Aborda el proceso de producción de los granos básicos con propuestas de acción sobre los factores que afectan la cantidad y la calidad de la tierra de labor destinada a los cultivos de ciclo corto, el índice de cultivo y el índice de rendimiento.

Tierra de labor. Uno de los escenarios presupone el incremento de 1.4 millones de hectáreas de labor dedicadas a cultivos de ciclo corto, que abastecería en un 90 por ciento el consumo aparente de 16 granos de una población nacional de 118 millones de habitantes.

De acuerdo con el avance demográfico nacional estimado por el Consejo Nacional de Población (Conapo), esa cifra se alcanzaría entre los años 2015 y 2020. Otros escenarios presuponen un incremento adicional de tres millones de hectáreas, con lo cual se podría satisfacer el consumo aparente de una población nacional mayor a la prevista para el año 2050.

Por otra parte, es poco probable en el corto plazo, que la reserva de tierras de labor, actualmente explotada bajo sistemas ganaderos extensivos –del orden de nueve millones de hectáreas– sea aprovechada más eficientemente en sistemas agropecuarios. El marco constitucional dicta las normas de explotación agrícola o pecuaria por separado.

Sin embargo, en el plazo mediano de 10 a 15 años, el proceso de urbanización de la población y la demanda creciente de alimentos, podrá generar la presión para que esa reserva de tierras sea explotada con mayor eficiencia. El investigador supone que alrededor del año 2025 se habrá ajustado el marco jurídico para hacer deseable que una fracción de esas tierras sea sembrada con cultivos de ciclo corto, bajo esquemas posiblemente agropecuarios.

Los incentivos. El estudio señala que la variable índice de cultivo es sensible al incentivo y al desincentivo. En el periodo 1993 a 1998, la respuesta a la acción del subsidio Procampo fue detectable, mientras se conservó gran parte del valor real del incentivo. Por ello, anota que es necesario revisar hacia el alza, el monto y la función de este subsidio, como factor del índice de cultivo. Tal vez habría de considerarse un nuevo sistema Procampo en el que el monto pudiera ser 2x por ciclo para tierras de mayor calidad (con límite de cinco ha) –por ejemplo, en lo que llama Provincias Agronómicas de Muy Buena Productividad– hasta de x para las tierras marginales.

La tecnología. Existen varios caminos tecnológicos para aumentar el índice de cultivo según la calidad de la tierra de labor. En la mayoría de éstos, es necesaria la inversión en investigación, infraestructura y servicios. La investigación plantea lo siguiente:

Tierras de riego. La superficie que puede sembrarse y regarse en dos o tres ciclos está limitada por varios factores, además de la disponibilidad de agua en las presas: es común en los grandes distritos de riego, regar sólo de día, y durante la noche el gasto de los canales escurre hacia el mar (se desperdicia para el riego); pérdidas por infiltración en la conducción; falta de trazo de riego; técnica de riego; uso de equipamiento presurizado, y falta de tecnología agronómica para aprovechar un segundo ciclo de cultivo adaptado a heladas invernales en el Altiplano.

Tierras de temporal. Para incrementar el índice de cultivo de las tierras de temporal es necesario a) aumentar la fracción de tierras sembradas en el ciclo primavera-verano en las Provincias Agronómicas de Mediana, de Baja Productividad y de Tierras Marginales; b) aumentar la fracción de tierras sembradas con un segundo cultivo (ciclo otoño-invierno) en las Provincias de Muy Buena, de Buena Productividad, y c) estimular la siembra de cultivos compuestos de la agricultura tradicional, bajo formas nuevas y más eficientes. En los dos primeros casos, se trata de producir cultivos bajo condiciones de escasez de humedad; se requiere desarrollar variedades de ciclo corto (particularmente para la meseta semiárida del norte) que maduren en menos de 80 días: trigo, frijol, canola, cebada y de avena de grano desnudo, ajonjolí, cártamo y otras.

En el tercer caso, se trata de reconciliar mediante investigación, los conceptos de agricultura tradicional y de agricultura clásica, particularmente para la agricultura en pequeño, por ejemplo, el patrón doble de cultivo anual-perenne de corte tradicional (como maíz-higuerilla) para el trópico seco, o el sistema “Milpa Intercalada en Árboles Frutales”.

Índice de rendimiento

Uno de los escenarios prevé sostener el valor máximo del índice de rendimiento alcanzado en 2004 (2,6541 t/ha), aún después de incrementar el índice de cultivo a su valor máximo observado (meta para el año 2010) y también sostenerlo después de incrementar en 1.4 millones la superficie de labor en cultivos de ciclo corto (meta para 2015-2020). El incremento del índice de cultivo implica la inclusión de hectáreas con menores rendimientos: (tierras de menor potencial y segundos cultivos expuestos a la sequía); por tanto, sostener el índice de rendimiento en su valor máximo observado, significa incrementar aún más los rendimientos alcanzados en las tierras de mayor potencial, tanto de temporal como de riego. Tal sería la meta del periodo 2007-2020.

Históricamente, el índice de rendimiento ha sido un objetivo central de fomento por parte del Estado mexicano. La investigación agrícola y otros servicios (inversión en infraestructura, crédito y seguro agrícola, divulgación técnica, mercadeo) han sido factores clave del incremento del índice de rendimiento. Después de la celebración del Tratado de Libre Comercio, el Estado mexicano aceleró la reestructuración de su sistema de fomento al campo, para alinearse a las condiciones pactadas. La reestructuración ha tenido como propósito abrir espacios al capital privado en el ámbito previo de acción del Estado. De esta manera, el Estado abandonó totalmente, su sistema de abastecimiento de semillas mejoradas, factor clave del índice de rendimiento.

En la actualidad, el mercado de semillas mejoradas es controlado por dos empresas transnacionales (Monsanto y Dupont), que operan en México a través de filiales legalmente mexicanas, y organizadas con cerca de 200 empresas de semillas de capital y conocimiento nacionales, en la Asociación Mexicana de Semilleros, AC (AMSAC). Este sistema de capital privado atiende principalmente al mercado de semillas híbridas de maíz y de sorgo, ubicadas en las tierras de riego y de temporal de buena calidad y manejo mecanizado.

Aquí hay una enorme “falla de mercado” que debe ser corregida por el Estado: los cultivos de plantas que se autopolinizan son atendidos de manera parcial solamente por las empresas privadas de capital mexicano. La razón de su casi total desatención es que “no son buen negocio de semillas, porque a diferencia de las semillas híbridas, el productor puede producir su propia semilla” –tal es el origen de la falla de mercado–. Así, cultivos básicos como el frijol, el arroz y la avena, están completamente desatendidos por el mercado privado de semillas.

El Estado mexicano ha invertido fuertemente en el desarrollo de variedades mejoradas a través de instituciones de investigación y de enseñanza. Tan sólo el INIFAP desarrolló y entregó 1,079 variedades mejoradas de 50 especies cultivadas a los productores mexicanos, por medio de la ahora desaparecida Productora Nacional de Semillas (Pronase). Esta fuente de tecnología quedó separada del productor mexicano, a partir de la reestructuración del sistema de fomento del Estado mexicano para el campo. No es posible incrementar el índice de rendimiento del campo mexicano sin corregir esta falla de mercado.

Incrementar ingreso del productor

Un esfuerzo para incrementar la productividad del campo mexicano no puede eludir el reconocer que si bien el incremento de la producción nacional es una demanda de la sociedad para tener acceso a la seguridad alimentaria sostenible y expandir el empleo rural, esta motivación es insuficiente. Se requiere también que simultáneamente, el productor incremente su ingreso y mejore sus condiciones de vida; también se requiere mantener la base de recursos naturales (agua, suelo, clima y biota), para hacer este proceso sustentable.

Finalmente, es necesario reconocer que el campo mexicano es por lo menos bimodal y que ambas entidades (empresarial y campesina) comparten los medios de producción y son los protagonistas centrales de este esfuerzo. También es necesario reconocer que la tecnología óptima para el productor empresarial, frecuentemente está en contradicción con la óptima para el campesino. El primero tiene ventajas en la especialización, en la uniformidad proclive a la mecanización y en la economía de escala, mientras que el segundo tiene sus ventajas en la diversificación, en la variabilidad y en las interacciones biológicas con la ecología.

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