Análisis

Ecología y pandemia: detonantes de consciencia ambiental y social

La clave del cambio y la cura están en nuestras manos, en mejorar, enriquecer y fortalecer nuestra relación con el planeta

Oscar Vélez Ruiz Gaitán

Ciudad de México, 6 de noviembre de 2020.— Qué tal estimado lector, antes que nada y como siempre, deseo se encuentre muy bien.

Nos acercamos en un abrir y cerrar de ojos a los últimos “doscientos metros” de 2020, y aunque pareciera el final del año, recordemos que todo es un ciclo, la vida continua (esperemos) al siguiente ciclo 2021, y que esto no se termina hasta que dejamos de respirar (literal), de tal manera que aún se nos brinda la oportunidad de hacer mejor o diferente las cosas, de cambiar aquello que no es sano o que es dañino, de evolucionar no solo a favor de nuestras vidas sino también en beneficio de todas las formas de vida que nos rodean, incluyendo la de la Madre Tierra, Pachamama o planeta como queramos llamarle, pues es un ser vivo como nosotros.

Pues bien, a lo largo del año se conmemoran diversas efemérides ambientales y una que es clave es el #DíaMundialdelaEcología que se celebra en el mes de noviembre con el propósito de recordarnos la importancia de conocer y valorar las relaciones que existen entre los seres vivos y el medio ambiente del que formamos parte, y sensibilizarnos sobre la necesidad y urgencia de consolidar una relación armoniosa, respetuosa, ecorresponsable, amigable y en equilibrio con el mundo que nos rodea más allá de los retos y las adversidades que enfrentemos, a favor de la vida en su máximo esplendor, pues dependiendo de la relación que sostengamos será la calidad de vida y de salud que tendremos.

Al realizar un breve viaje a través de la historia, nos encontramos que el término ökologie fue acuñado por primera vez en 1869 por el naturalista y filósofo alemán Ernst Haeckel (Padre de la Ecología), a partir de las palabras griegas oikos (casa, vivienda, hogar) y logos (estudio o tratado), resultando entonces como “el estudio del hogar”. Hoy día, la ecología es la ciencia que estudia las interrelaciones entre los seres vivos y el entorno que les rodea, y su complejidad y diversificación dependen de los elementos que conforman el medio y los actores involucrados en su estudio, llegando a ser tan específica como “la ecología de las poblaciones” (para estudiar las relaciones entre individuos de una misma especie) o “de comunidades” (para analizar las vinculaciones entre organismos de diversas poblaciones).

La ecología, como la economía y otras ciencias, ha sido bien valorada por sus contribuciones respecto a los estudios e indicadores sobre la extinción de especies, la erosión de los suelos y la pérdida de la superficie vegetal, la contaminación de las aguas, los suelos y el aire, la regulación climática e hidrológica, la huella ecológica, etc., entre otras problemáticas y cuestiones de origen antropocéntrico que continúan causando un desequilibrio ecológico a escala global. He aquí la importancia de la ecología, así como para recordarnos que las estadísticas y los números sí cuentan, y que “todo está relacionado con todo lo demás” (1ª Ley de la Ecología, Barry Commoner), pues, la forma en que nos interrelacionamos con otros seres y con el medio en que vivimos determinará el rumbo de nuestra existencia y en sí del planeta entero, pues todo está interconectado y es mutuamente interdependiente. “La vida sin abejas sería un desastre global; sin abejas, no hay polinización, ni hierba, ni animales, ni humanos”…; ojalá de verdad reflexionemos al respecto.

Hoy no podemos negar que a partir de la Revolución Industrial (siglo XVIII, 1760) comenzó el deterioro ecológico en la Tierra, y más allá de las ventajas y los “beneficios” que nos han brindado en cierta forma la tecnología y el desarrollo industrial, durante el último siglo nuestros impactos cotidianos han llegado a un nivel tal, que somos responsables de la sexta extinción masiva en la historia de la Tierra.

De hecho, hemos acelerado el ritmo de extinción que es 100 a mil veces mayor que el ritmo natural, o sea que los humanos hemos acabado en solo un siglo con las especies que a la naturaleza, en condiciones normales, le tomaría diez mil años extinguir. Creo que esto debería despertar nuestra consciencia y hacernos reaccionar propositivamente sobre la forma y/o la manera en que seguimos relacionándonos con la Madre Naturaleza.

Las y los expertos internacionales pronostican que, de no tomarse las medidas requeridas ante las externalidades de nuestras actividades diarias y las consecuencias de nuestra “huella digital-tecnológica” y de nuestra huella de carbono, la civilización podría colapsar en cuatro décadas y ya hay evidencias de esto, entre pobreza, hambruna, inequidad e injusticia sobre al acceso a recursos naturales como el agua, enfermedades y muertes relacionadas con la contaminación, etc., incluyendo desafortunadamente el declive ecológico-ambiental en todo el planeta.

Desde luego, no se trata de ser catastróficos y alarmarnos por lo que está pasando, sino de ser realistas y asumir nuestra responsabilidad frente a los daños que hemos causado y que seguimos provocando tanto en forma individual como colectiva, cooperando y contribuyendo a controlar, mitigar y reducir los efectos de nuestro modus vivendi y la manera en que consumimos día a día.

Cabe resaltar que, desde mediados del siglo XX ya no estamos en la era del Holoceno sino en una nueva época llamada “Antropoceno”, la cual, fue propuesta por Paul J. Crutzen (ganador del Premio Nobel junto con Mario Molina [q.e.p.d.]) quien descubrió que “es posible detectar la huella radiactiva del ser humano en los estratos terrestres”. Incluyo esto, pues el 99 por ciento de los problemas ambientales que hoy aquejan al planeta, incluyendo las alteraciones climáticas, son resultado del daño antropogénico generado. Ojalá con esto pudiéramos reconocer y entender la magnitud de la situación que es insostenible y casi irreversible, más allá de las tecnologías existentes a nuestro alcance para “satisfacer” nuestras necesidades pero que también perturban en alguna medida nuestra interrelación permanente con la naturaleza.

Ahora bien, antes de concluir la presente reflexión, es menester reconocer que la pandemia nos ha paralizado y puesto en jaque en todo el mundo aun con todo el avance tecnológico-industrial, y no solo ha demostrado nuestra relación negativa, negligente, indiferente e irresponsable con el ambiente, sino también, ha transmutado la forma en la que convivimos socialmente incluso en el ámbito familiar, mejorando y/o empeorando en algunos casos las relaciones personales, pero bueno, a más de seis meses de adaptarnos y adecuarnos (aun en contra de nuestra libertad) a las medidas de la contingencia, firmemente creo que la pandemia no debe ser vista como una amenaza (aunque en el fondo así lo sea) sino como una oportunidad de cambio, de evolución y de mejoramiento de nuestra interrelación diaria con la naturaleza, y considero esto impactaría positivamente nuestras relaciones sociales.

Finalmente, no podemos esperar a que los gobiernos hagan algo más allá de sus responsabilidades, pues el mundo en que vivimos es producto de TODOS, resultado de la manera en que producimos y consumimos y TODOS somos responsables tanto del cambio climático y el calentamiento global y sus efectos en el presente como del destino que nos aguarda, por lo que es preciso que actuemos hoy, ahora, por ejemplo, respetando, usando sostenible y ecorresponsablemente y conservando el capital natural como las plantas y animales y los ecosistemas que son la base de los bienes y servicios ambientales esenciales para el buen desarrollo de la vida en la Tierra.

Debemos también de hacer caso a la ciencia, de aprender de la ecología y de todas las disciplinas relacionadas, e intentar cambiar el paradigma actual, de una visión antropocentrista a una forma de vida biocentrista y holística, sembrando una nueva conducta y reeducándonos en valores, principios y hábitos en verdad amigables, respetuosos y que sean benéficos para la Pachamama, y en consecuencia serán positivos para todos los seres que la habitamos.

No nos confiemos y recapacitemos de que los “impactos positivos visibles” en el contexto de la pandemia, ya sea el mejoramiento de la calidad del aire y la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero, son temporales, independientemente de que estemos presenciando un “respiro histórico” en cuanto a la disminución de emisiones por la desaceleración económica y la reducción del uso del transporte y la operación de las industrias, usando 6 por ciento menos de energía de lo habitual (lo que simbólicamente equivale a que se deje de utilizar toda la demanda energética de la India). De tal manera que hemos de seguir desestimulando el uso de plásticos, de impulsar la diversificación de la matriz energética y transitar al uso de energías renovables y erradicar la explotación de los combustibles fósiles, fomentar medios de transporte sustentables, propiciar la eficiencia energética, evitar el desperdicio de luz y de recursos como el agua, reverdecer las ciudades, entre otras acciones.

Asimismo, hemos de asumir que, a diferencia de la pandemia, la emergencia climática no nos dará la oportunidad de quedarnos algunos meses en casa y luego volver a la normalidad, pues la crisis ambiental es cada vez más severa y duradera, tampoco reconoce fronteras, por lo que modificar nuestras acciones, hacer sostenibles nuestras rutinas personales, harán la diferencia.

Por ejemplo, durante la contingencia hemos incrementado en más de 50 por ciento la generación de residuos (porque estamos más tiempo en casa y consumimos más productos) incluyendo aquellos de uso especial para prevenir contagios y proteger la salud como los cubrebocas. La problemática no solo radica en el aumento del volumen sino en el mal manejo y la disposición incorrecta de estos, provocando mayor contaminación ambiental, el deterioro del paisaje urbano, y tiraderos de basura en la vía pública, pues esta se genera al no separar nuestros residuos para propiciar su reúso o su reciclaje desde la fuente de origen, o sea, el hogar. Para evitar mayor contaminación, quizá hace falta el desarrollo y la implementación integral y transversal de un “programa de manejo, separación y tratamiento de residuos” (en especial de los sanitarios) a fin de que contribuyamos desde el hogar a la gestión eficiente de los mismos, pero, ante la falta del programa, ¿qué nos hizo o hace falta para cooperar y depositar adecuadamente los residuos en aras de no causar más daños en el mundo?, ¿por qué ni en el contexto del covid-19 hemos cambiado estos hábitos que impactarán positivamente en el mejoramiento de la salud y la calidad de vida?

Complementariamente, considero que debemos sensibilizarnos, familiarizarnos y acercarnos aún más con la naturaleza, apreciar, valorar, reconocer, agradecer todo lo que nos brinda y que es vital para nuestra vida, y que en sí de nosotros depende su preservación ahora y hacia el mañana; por eso la ecología y la pandemia son detonantes de consciencia ambiental y social.

Cierro con estas preguntas: ¿Cómo era y cómo es ahora nuestra relación con la naturaleza? ¿Nuestros impactos durante el covid-19 eran y siguen siendo dañinos y/o son amigables con el ambiente? ¿Hemos modificado nuestros hábitos? ¿Más allá de la pandemia estamos preparados para lo que viene? ¿Qué acciones realizaremos para contribuir a una recuperación sana, verde, limpia, sustentable y ecorresponsable en armonía con la Madre Tierra?…, cada quién tendrá sus respuestas, y la clave del cambio y la cura están en nuestras manos, en mejorar, enriquecer y fortalecer nuestra relación con el planeta. ¡Viva México, viva la Pachamama, viva la vida!

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