Análisis

Respuestas ante el alza en el precio de los alimentos

El panorama crítico del abastecimiento muestra que las medidas tomadas desde 2008 no han sido suficientes para eliminar el fantasma de una nueva etapa de incertidumbre

José Graziano da Silva*

Bastaron 30 meses para que el Índice de Precios de los Alimentos de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) batiera un nuevo récord. Al máximo de 214 puntos de la crisis de junio de 2008, le sigue un nuevo máximo de 215 puntos en diciembre de 2010.

Aunque los números parecen similares, hay diferencias. El alza del Índice de Precios de los Alimentos esta vez es empujada por las oleaginosas y el azúcar, que poco habían subido en 2008. Sin embargo los cereales —el grupo de alimentos más importante para la seguridad alimentaria— muestran una trayectoria más moderada que en 2008, principalmente el arroz, aunque presente un aumento de 39 por ciento en 2010.

Otra diferencia importante es que el nuevo ciclo alcista se inició luego de prometedoras cosechas en algunas de las regiones más perjudicadas en 2008. Las buenas cosechas en la África Subsahariana y en América Latina, por ejemplo, permitieron reponer las reservas. En la mayoría de los países en desarrollo, la presión externa no se ha transmitido al mercado interno.

El posible aumento del precio del petróleo podría precipitar este panorama. La cotización actual bordea los 88 dólares por barril, lo cual es sustancialmente inferior al máximo alcanzado el 11 de junio de 2008, cuando llegó a 147 dólares.

Sin embargo, el panorama crítico del abastecimiento muestra que las medidas tomadas desde 2008 no han sido suficientes para eliminar el fantasma de una nueva etapa de incertidumbre.

La volatilidad de los precios es un factor común entre 2008 y 2011. En 2006 el Índice de Precios de los Alimentos de la FAO se encontraba en 122 puntos, subiendo hasta 214 puntos en junio de 2008, para después caer a 140 en marzo de 2009. Para diciembre de 2010 llegaba a 215 puntos.

Eventos climáticos extremos cada vez más frecuentes desmantelan el cálculo económico de los productores y benefician la especulación. Los investigadores pronostican que el fenómeno de La Niña de este año será uno de los más intensos en las últimas cinco décadas. No es coincidencia que este ciclo de alzas iniciara con la sequía en Rusia que afectó principalmente la producción de trigo.

La integración de los mercados de los energéticos y de los alimentos acentúa los pasos del desequilibrio. No es el caso del etanol brasileño, pero en algunos países la producción de biocombustibles ya ha presionado la canasta básica: en Estados Unidos, por ejemplo, 30 por ciento de la producción de maíz se destina a las fábricas de etanol.

Existen antídotos para la nueva cara de la inseguridad alimentaria en nuestro tiempo. Por ejemplo, la volatilidad guarda una relación inversa con las reservas de alimentos. Cuanto mayor sea la disponibilidad de las reservas, menor será la probabilidad de que colapse el abastecimiento y mayor será la estabilidad de los mercados.

Hay, además, un creciente consenso de que la especulación amplifica y polariza la pendiente de los precios, que se alimentan de la inestabilidad climática y de la anemia de las reservas estratégicas.

La FAO propone cuatro líneas de acción ante este nuevo escenario.

En primer lugar, restablecer la prioridad del desarrollo agrícola. El hambre del siglo XXI es sobre todo un problema de acceso, no obstante la oferta debe ampliarse ahí donde la necesidad es más fuerte. Un 75 por ciento de quienes pasan hambre se concentran en las áreas rurales de los países pobres o en desarrollo. Invertir en tecnología adaptada a estas realidades constituye una agenda de cooperación impostergable entre gobiernos y la ayuda internacional consecuente.

Revisar las barreras proteccionistas y tarifarias que impiden el acceso de los países en desarrollo a los mercados más ricos y necesariamente complementar esta medida con una que brinde mayor estabilidad a los precios, como refuerzo de la oferta.

La apuesta de los años noventa fue la autorregulación de los mercados, en detrimento de las reservas públicas de alimentos, esto reveló un error ampliamente documentado durante la crisis generada por la escasez de alimentos y la subida de los precios en 2008. Además de un fortalecimiento de la oferta y de una reposición de los inventarios, la incertidumbre debe abordarse con una mayor regulación de la variable financiera que comenzó a interferir en la formación de precios a partir de los mercados de futuros.

La “financierización” no es la causa original de las fluctuaciones actuales. Tampoco su control va a resolver ciertos problemas como el proteccionismo europeo o estadounidense.

Sin embargo, ella sí acentúa los extremos de un gradiente que ya preocupaba a Keynes en 1926, y cuya mitigación, según el economista británico, debería ser objeto de un fondo internacional capaz de intervenir en los mercados. No para reemplazarlos, sino para suavizar las curvas pronunciadas resultantes, entre otros factores, del desinterés para llenar inventarios de interés público.

Las valoraciones agrícolas comparables a las inversiones financieras más rentables, como ha ocurrido, indican que las preocupaciones de Keynes están en sintonía con la nueva cara de la inseguridad alimentaria en nuestro tiempo.

* Representante regional de la FAO para América Latina y el Caribe

2000 Agro

Comentarios

comentarios

Siguenos!

Países que nos están viendo


Suscribete al Boletin