Análisis

Sostenibilidad agrícola y energía renovable: no es una utopía

Por: Jacqueline Schoch*
Foto: Especial

A principios de 2009, un proyecto del Agricultural Sustainable Institute (ASI) de la Universidad de California, se dio a la tarea de analizar el papel que juega el sistema alimentario en el cambio climático. Entre las premisas de la iniciativa, el director del ASI, Thomas Tomich, destacaba cómo los cambios en la elección de alimentos por parte del consumidor, así como nuestro vasto sistema alimentario, “pueden contribuir sustancialmente a cumplir con las metas de reducción de gases que causan el efecto de invernadero”.

Desde entonces a la fecha, el proyecto ha recopilado información sobre el procesamiento de tomates, productos lácteos y arroz, y actualmente están evaluando las cifras para determinar el punto de equilibrio en el consumo de energía por parte del arroz.

En el caso de Estados Unidos, alrededor de un 15 por ciento del consumo de energía y la emisión de gases de efecto invernadero están relacionados con el sistema alimentario. Los mayores contribuyentes son las emisiones de metano y óxido de nitrato, relacionados con la ganadería, los fertilizantes de nitrógeno sintéticos y el transporte aéreo, entre otros.

Además de la necesidad de reducir las emisiones contaminantes, el máximo aprovechamiento de los recursos energéticos y la incorporación de fuentes de energía renovable a las actividades agropecuarias debe ser un factor obligatorio en todo sistema productivo de alimentos.

Sin embargo, en la actualidad la necesidad de cuidar los recursos no renovables no necesariamente emana de una preocupación natural de los individuos. Cotidianamente, el uso de la energía eléctrica, por ejemplo, nos afecta individualmente en función de la cuenta periódica que tenemos que pagar por los servicios básicos.

El uso de los recursos energéticos frecuentemente se realiza de manera inconsciente y desligada del entendimiento respecto de los modos de su producción y explotación. La aparente facilidad con la que ciertos sectores de la sociedad logran su abasto energético propicia un desapego respecto de las implicaciones y los altos costos medioambientales que, muy a menudo, se generan por su obtención.

Tomemos en cuenta que hoy un alto porcentaje de los combustibles fósiles se destina al transporte, en particular de mercancías que se trasladan vía terrestre; otra pequeña parte por vía marítima y la menor por vía área. Si la búsqueda de una solución a este problema sólo se redujera a la obtención de otros energéticos, en sustitución del que hoy está en vías de agotarse, se perdería una gran oportunidad de modificar los esquemas de intercambio comercial de víveres y alimentos que no necesariamente ofrecen una lógica económica sostenible.

Es indispensable modificar los esquemas de abastecimiento alimentario de nuestra sociedad contemporánea para dar un paso singular hacia otro tipo de sociedad. En este sentido, vale la pena recordar que, a lo largo de la historia, el papel que ha jugado por siempre el alimento, para el hombre y la sociedad, ha determinado no sólo sus modos de producción, sino su propia cultura.

La transición a nuevos esquemas productivos

Para los países industrializados que han dependido fuertemente de fuentes de energía no renovables, la duda y la aceptación al cambio se convierte en un reto mayor. Transitar hacia el uso de energías renovables requiere de varios factores, entre los cuales se pueden considerar: altos niveles de inversión en investigación y desarrollo; la generación de un nuevo marco de políticas internas y externas que regulen la producción y el uso de estas nuevas fuentes energéticas; la transformación de los actuales emporios energéticos y la aceptación y participación de la opinión pública.

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