Agroindustria

Abasto y consumo de alimentos problemas y retos del abasto y el consumo de alimentos en México

El abasto de productos agropecuarios constituye un factor fundamental en los niveles de acceso, disponibilidad y consumo de alimentos de la población. Su relevancia también radica en las interrelaciones que guarda con la problemática del sector agropecuario, el transporte, la infraestructura de acopio y distribución física de alimentos, así como los programas y estrategias alimentarias encaminados a fortalecer las condiciones nutricionales de la población.

El abasto de alimentos ha evolucionado dramáticamente en las últimas dos décadas. La expansión de grandes cadenas de comercialización está modificando las formas tradicionales de intermediación y especulación; la emergencia de un nuevo esquema de abasto alimentario se posibilita por los procesos de desregulación estatal y apertura comercial a los que ha entrado el país, pero además por la aplicación de desarrollos tecnológicos al comercio, la globalización de los patrones de consumo y las nuevas estrategias de compra de la población.

El liderazgo y poder que están adquiriendo las grandes cadenas y grupos comerciales privados de capital nacional y transnacional está basado en una nueva organización logística, suministros locales, regionales y mundiales, sistemas de crédito, tecnología de punta, capacidad y flexibilidad para atender diversos segmentos de consumidores y patrones de consumo cambiantes y diversificados.

Por ello no resulta difícil suponer que en el futuro próximo las grandes cadenas se convertirán en el núcleo de los procesos de abasto y comercialización de alimentos en sus diferentes fases.

Sin embargo, mientras estas tendencias comienzan a generalizarse, no podemos dejar de reconocer la presencia que todavía mantienen las formas tradicionales de abasto de alimentos, considerados por algunos como un “mal necesario”, sobre todo porque siguen siendo un soporte fundamental para conectar la producción de distintas regiones del país con el consumo alimentario de los diversos centros de población, estructurando una compleja red de unidades, agentes de intermediación e intereses comerciales.

Una radiografía de la infraestructura para el abasto nos indica la fuerza que todavía mantienen algunos de los principales actores en la fase del comercio.

En el país participan más de tres mil 500 establecimientos, de los cuales 60 son centrales y módulos de abasto especializados en acopio, almacenamiento y comercialización mayorista de frutas y hortalizas; existen, además, 32 centros mayoristas, mil 909 almacenes especializados, 154 rastros y empacadoras tipo inspección federal (TIF), mil 061 rastros municipales y privados y 269 frigoríficos.

En el rubro de comercio al menudeo de tipo tradicional hay en el país alrededor de 600 mercados públicos y un número indeterminado de tianguis y mercados sobre ruedas.

Por su parte, el comercio moderno ha tenido su auge durante las décadas de los ochenta y noventa, con la expansión de tiendas de autoservicio, tiendas de conveniencia, clubes de precio, megatiendas y ahora los hipermercados.

De acuerdo con los últimos reportes del sector, en el país existen dos mil 269 tiendas de autoservicio en sus diferentes modalidades, que representan poco más de cinco millones de metros cuadrados de superficie de venta. Estas unidades están presentes en más de 120 ciudades del territorio nacional.

En términos de la oferta alimentaria, la cobertura de infraestructura y los mecanismos de intermediación, podríamos decir que el sistema de abasto alimentario en México es acorde a la demanda alimentaria de la población. Sin embargo, aunque un sistema de abasto satisfaga los requerimientos de una región o ciudad, puede convertirse en un proceso irracional y costoso por la ausencia de mecanismos de integración territorial o la excesiva intermediación, lo que supone la conformación de regiones y sectores sociales que son abastecidos en diferentes escalas y que presentan riesgos para obtener una oferta de alimentos suficiente, estable y, sobre todo, accesible en términos del precio.

Por ejemplo, por la magnitud en infraestructura de acopio y centrales mayoristas que históricamente ha adquirido la ciudad de México, aquí se concentra más de 40 por ciento del volumen nacional de frutas y hortalizas, por esta razón, el Distrito Federal se ha convertido indirectamente en una de las entidades emisoras más importantes del país.

Así, sin ser productor, la ciudad de México tiene el poder comercial y los medios de articulación territorial para triangular productos y abastecer las regiones del sur y sureste del país (Campeche, Oaxaca, Chiapas, Guerrero y Yucatán); esta situación genera una mayor vulnerabilidad por su dependencia respecto de un solo proveedor, lo que repercute en el encarecimiento de varios productos al incrementarse el costo de transporte y la mayor intermediación.

Al respecto nos preguntamos: ¿Cómo hacer eficientes las formas de distribución regionales y urbanas de alimentos sin trastocar intereses comerciales y distorsiones territoriales creadas a lo largo de décadas? ¿Cómo atacar el encarecimiento de productos alimentarios generado por la excesiva intermediación y el control monopólico de éstos?

En términos de la disponibilidad de alimentos para la población de las distintas regiones y ciudades, el abasto por sí mismo parecería no representar un problema grave, porque las verdaderas oportunidades de acceso están más en función del ingreso de la población que de la oferta de alimentos colocada por los distintos canales del comercio. Como tal, el ingreso y sus expresiones en el gasto acotan las posibilidades de acceso alimentario, condicionan la cantidad y calidad de la dieta y, por lo tanto, se convierten en un factor determinante de equilibrio o deterioro nutricional y del nivel de vida de la población.

El ingreso como condicionante principal del acceso alimentario, nos lleva a reconocer la magnitud que guardan los índices de pobreza, dado que es precisamente en función de los grupos de población más marginados, donde se tendría que orientar cualquier estrategia tendente a mejorar las condiciones de alimentación.

Estimaciones recientes acerca de la pobreza en México, difundidas por el Banco Mundial y elaboradas a partir de la Encuesta de Ingresos y Gastos de los Hogares de México levantada en 1998, señalan que entre 54 y 58 por ciento de la población, es decir, de 53 a 57 millones de mexicanos, padecen distintos grados de pobreza.

Estas cifras coinciden con resultados de una investigación propia que se propuso calcular el nivel de seguridad alimentaria de las familias mexicanas y donde concluimos que cerca de 60 por ciento de la población en México no alcanza a cubrir con su ingreso ni siquiera una canasta mínima alimentaria, lo que coloca a más de la mitad de la población total en una clara situación de deterioro nutricional.

Asimismo, en el más reciente informe sobre la situación nutricional en las regiones del país, publicado por el Instituto Nacional de la Nutrición, podemos ubicar espacialmente el deterioro nutricional a que está expuesta la población; dicho estudio indica que 667 municipios muestran desnutrición severa y 534 se ubican en un grado importante de desnutrición, esto equivale a más de la mitad de los municipios del país. El mapa de desnutrición refuerza las tendencias históricas de la geografía de la exclusión al establecerse una alta correlación entre pobreza-marginación-deterioro nutricional.

En función de lo anterior, sostenemos que uno de los principales debates del presente y futuro del abasto y el consumo de alimentos en México se tiene que centrar en: ¿Cómo revertir la estructura desigual del ingreso para que ello se traduzca en un mayor y mejor acceso hacia los alimentos, especialmente de aquellos estratos y regiones altamente vulnerables? ¿Cómo poner en marcha programas de asistencia alimentaria y abasto popular que efectivamente lleguen y se traduzcan en una mejoría de la situación nutricional de la población más marginada?

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