Análisis

Alertan sobre un declive de las poblaciones de anfibios

La situación podría ocasionar una catástrofe

Ciudad de México, 22 de octubre de 2019.— El rompimiento de las barreras geográficas por sistemas de transporte cada vez más eficientes, el incremento en las actividades económicas y el transporte de mercancías y otros factores asociados a la globalización han dado lugar al aumento de las migraciones y a las políticas xenofóbicas, pero hay un fenómeno aún más oscuro asociado a toda esta actividad: la dispersión de enfermedades en distintos ambientes naturales antes aislados.

El caso más extremo que se conoce es una enfermedad causada por un hongo que ataca la piel de los anfibios y que amenaza su existencia a escala global: la gran pandemia de la quitridiomicosis.

En muchas películas apocalípticas una organización malvada o de pocos escrúpulos decide crear un caos esparciendo un virus a escala global. Lo reparte haciendo viajes en avión a varios destinos. Después de esto la catástrofe se desata y tras millones de muertos la humanidad ve reducida su existencia a unos cuantos supervivientes que deben tratar de sobreponerse a las circunstancias. Luego, tras mucho trabajo, estos sobrevivientes logran construir o llegar a un refugio donde todo puede empezar lentamente a recuperarse. Pero la realidad es más dura de lo que estamos acostumbrados a pensar, porque lo que acabamos de relatar le está ocurriendo justo ahora a los anfibios, y no a causa de una organización maléfica que dispersa un virus, sino a la humanidad globalizada y al hongo Batrachochytrium dendrobatidis.

Los anfibios constituyen una clase de animales única, pues muchos de ellos han desarrollado la capacidad de habitar a la vez en la tierra y en el agua. Para lograrlo suelen variar su forma de manera dramática desde su fase juvenil hasta su fase adulta. En general tienen una respiración branquial durante su fase larvaria para luego pasar a un sistema de respiración pulmonar durante su edad adulta, aunque también una parte de su respiración puede llevarse a cabo a través de su piel. Todas estas características sorprendentes junto con su prevalencia a través de los milenios sobre la faz de la Tierra nos podrían llevar a pensar que los anfibios tienen la capacidad de sobrevivir a condiciones muy adversas, y en efecto la tienen, pero dentro de ciertos límites.

Si lo pensamos bien, habitar nichos acuáticos y terrestres al mismo tiempo significa que tienen que enfrentar los retos de estos dos hábitats. Por ello la destrucción indiscriminada a la que hemos sometido a regiones acuáticas y terrestres del globo ha impactado de manera directa las poblaciones de anfibios. Sin embargo, en las regiones que se habían mantenido relativamente intactas parecía prosperar con tanto éxito como en el pasado, pero ahora ni siquiera en estos santuarios parecen estar a salvo.

Todo esto nos lleva a cuestionarnos ¿cuál debe ser nuestro papel, como humanidad y como individuos en este drama? Sin lugar a dudas el modelo de explotación ad infinitum en el cual está cimentado el concepto actual de desarrollo de la humanidad debe cambiar, porque es imposible empatar el aprovechamiento de recursos a gran escala con la conservación de ambientes naturales sanos.

Por otra parte, debemos aumentar la responsabilidad con la que llevamos a cabo la interconexión a escala planetaria, que es lo que ha detonado de manera directa esta crisis.

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