Biotecnología

Papa transgénica en México los grandes pendientes

Las empresas promotoras del uso de organismos genéticamente modificados muestran un notorio interés por aplicar esta tecnología en diversos países. Sin embargo, en México la experiencia en el caso de papa transgénica resistente a cierto tipo de virus, abre nuevas interrogantes sobre su uso y los vacíos institucionales y estructurales, que quedan por resolver para su aplicación.

Esta historia comienza en 1991, cuando la empresa Monsanto donó una variedad transgénica de papa al Centro de Investigación y Estudios Avanzados Unidad Irapuato (Cinvestav-I), institución que mostró su capacidad técnica al mejorarla genéticamente y adaptarla a las condiciones del país. Esta papa transgénica serviría para eliminar los virus PVX, PVY y PLRV por varios ciclos de producción y se podía emplear en variedades Alfa, Norteña y Rosita. Con esto se reduciría el uso de agroquímicos en el cultivo.

Sin embargo, la desinformación de los productores sobre la existencia de tales virus —no perceptibles a simple vista— y la falta de interés de las empresas semilleras —que veían una competencia en esta variedad, ya que heredaba su resistencia a varias generaciones— hasta ahora no se ha podido aplicar esta tecnología y abrió nuevas interrogantes sobre la legislación y las condiciones que deben existir para aplicar los organismos modificados genéticamente en nuestro país. Así lo plantean Michelle Chauvet, Rosa Luz González y Yolanda Castañeda, autoras de Impactos sociales de la biotecnología: el cultivo de la papa.

Rosa Luz González Aguirre, investigadora de la UAM, comenta que el interés de Monsanto para obsequiar esa tecnología tenía que ver con un aspecto comercial. La idea era contar con una serie de va-riedades transformadas y desarrolladas por un centro de investigación mexicano, así la transnacional buscaba destrabar y acelerar el proceso del establecimiento de un marco regulatorio en materia de bioseguridad, el cual facilitara lo que la empresa quería hacer en México: vender una serie de semillas transformadas.

Por ello, Monsanto autorizó que se utilizara la cons-trucción genética sólo en ciertas especies de interés local, pero no en todas las variedades comerciales.

Michelle Chauvet, investigadora del Departamento de Sociología de la UAM-Azcapotzalco, expone que en el libro se plantea cómo se da el desarrollo tecnológico y la semilla está lista, pero no pasa a su parte comercial por aspectos sociales y económicos.

Las investigadoras coinciden en que uno de los problemas es que no hay una demanda real identificada de parte de los pequeños productores; a las empresas semilleras no les conviene, ya que si producen papa libre de virus bajarían sus ventas, porque los labriegos podrían resembrarla durante tres o cuatro ciclos. Por ello, estas compañías no mostraron mucho interés y son un eslabón fundamental para que la tecnología se difunda.

Yolanda Castañeda Zavala, también investigadora del Departamento de Sociología de la UAM Azcapotzalco, remarca que el proyecto del Cinvestav-I, en un primer momento, estaba encaminado a be-neficiar a los pequeños productores, algo que la biotecnología prometía pero que no llega a cristalizar.

Como encargada de la investigación de campo con productores en el Estado de México y Puebla de 1997 a 2000, la cual se integra en el libro, comenta que los virus no eran detectados por los agricultores y en algunas zonas el tizón tardío era el que generaba problemas más severos para la producción de papa.

También identificó que había otros problemas de tipo socioeconómico más relevantes que la transformación genética que se les estaba prometiendo para combatir los virus. Por ejemplo, los agricultores se enfrentaban a problemas de comercialización generados por la sobreproducción, ya que diferentes estados cosechan al mismo tiempo. Esto afecta a la baja el precio de la papa.

Por otra parte, los productores no conocían el proyecto, no se les pidió su opinión y no estaban involucrados para nada, a pesar de que se supone que eran los beneficiarios finales de esta tecnología. “Aquí falto todo, sólo se tenía la tecnología”, remarca Yolanda Castañeda.

Por otro lado, refiere que una práctica común es el intercambio de semilla entre las comunidades o guardarla de la cosecha anterior para sembrarla el siguiente ciclo. No tienen una relación con un mercado formal respecto a la compra de la semilla libre de virus en los laboratorios.

Problemas estructurales

Las investigadoras consideran que hay problemas no resueltos que de emplearse esta tecnología hubie-ran evitado que esta papa genéticamente modificada llegara al pequeño productor, ya que no se sabía qué canales se emplearían para hacerla llegar al agricultor; quién iba a reproducirla; si se crearía algún programa o proyecto como kilo por kilo para difuminarla.

El fracaso está en la manera en que el proyecto se ha conducido y que no existen instancias suficientes para canalizarla al pequeño productor. Falta una serie de instituciones o políticas que logren ese vínculo para que llegue la tecnología al agricultor. Por el contrario, en el país hay un desmantelamiento de los apoyos al productor y a la investigación tecnológica, la asistencia técnica y los programas de fomento productivo, arguyen las especialistas.

Michelle Chauvet agrega que no había instituciones que llevaran a concretar el proyecto, además del problema del marco regulatorio; no nada más se trataba de que hubiera leyes, sino que se requieren análisis de la Secretaría de Salud para cuestiones de inocuidad alimentaria; regulaciones de parte de la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat) para ver qué podía pasar con papas silvestres que pudieran ser afectadas por la variedad; apoyo de la Secretaría de Agricultura, Ganadería, Recursos Hidráulicos, Pesca y Alimentación (Sagarpa) con asistencia técnica, porque el productor puede tener mala información y no tomar los cuidados necesarios para el cultivo.

La investigadora destaca que no hay una política clara que marque medidas, regule y asigne recursos; porque no se puede dejar la investigación sólo a las grandes empresas.

En materia regulatoria en México falta mucho por hacer, ya que la empresa que hace la solicitud de liberación presenta pruebas. No hay un organismo independiente que haga esta tarea.

Y resume: el caso de la papa vendría a servir para probar más al país en cuestiones de bioseguridad que en sí la tecnología desarrollada. La ventaja del proyecto es que permitió que Monsanto, donador del gen, viera todo lo que falta hacer para poder llevar una tecnología al ámbito comercial.

Rosa Luz González anota que faltó un papel más activo del Instituto Nacional de Investigaciones Forestales, Agrícolas y Pecuarias (INIFAP), de las empresas semilleras, o la existencia de un programa que cumpliera la función de reproducir la semilla y hacerla disponible a los productores.

La papa modificada genéticamente no se ha liberado, porque la cuestión regulatoria se está revisando, por lo que las pruebas fueron en el campo experimental.

Fue tanto el optimismo del proyecto que los investigadores consideraban que la liberación de la semilla daría en 1999 para su propagación y comercialización. Éste sería el primer proyecto de transgénicos, desarrollado por grupos de investigación local, en alcanzar la etapa de comercialización en México y uno de los primeros proyectos en el mundo que no se haya orientado a reforzar la posición de las grandes empresas transnacionales agroindustriales en las cadenas de alimentos globales, sino al desa-rrollo sustentable; sería asimismo un proyecto en el cual Cinvestav I, apoyándose en el marco regulatorio existente en el país en materia de propiedad intelectual, preservaría el carácter de este desarrollo como bien público, impidiendo que repercutan incrementos o condicionamientos a los productores agrícolas por su utilización. Todo quedó en stand by.

La producción de papa en México

Se siembra y cosecha en 25 estados, prácticamente todo el año. En los últimos años la superficie cultivada suma cerca de 70 mil hectáreas, con una producción del orden de un millón 200 mil toneladas, de las cuales 17 por ciento corresponde a semilla, 10 por ciento son botanas y 73 por ciento es consumo en fresco.

La papa se cultiva en un 56 por ciento con riego y un 44 por ciento en tierras de temporal, la de color es la que se produce en estas últimas, generalmente en zonas montañosas que superan los dos mil 200 metros sobre el nivel del mar.

Las principales variedades de papa que se siembran en México ocupan la siguiente superficie: 42 por ciento Alpha, 18 por ciento Rosita, 12.5 por ciento Marciana, 7.5 por ciento Atlantic y 6 por ciento San José.

La variedad Alpha representa 80 por ciento de la producción, luego siguen en importancia la Atlantic que se destina exclusivamente a la industria del freído y elaboración de botanas, la López que es de la de color y la Diamante, que es blanca.

La ocupación de mano de obra de este cultivo es de cinco a seis millones de jornales, lo que provee ingresos a 25 mil familias, sin contar los empleos que genera la comercialización.

Investigación de campo

Para la investigación de campo se seleccionaron la Sierra Noreste de Puebla y el Valle de Toluca, en el Estado de México.

Las comunidades reportaron un rendimiento de cinco toneladas de papa por hectárea en las peores condiciones de producción y un máximo de 20 toneladas en aquellos productores que trabajan con los insumos necesarios.

Los productores reportaron que las principales enfermedades son el nematodo dorado, el tizón tardío y el chahuistle, algunos se refirieron al enro-llamiento de la hoja, pero desconocían que se trataba de un virus. Como los virus PVX y PVY no se detectan a simple vista, los campesinos conside-raron que sus cultivos no las tenían. No obstante, muestras enviadas al Cinvestav-I de las comunidades de Puebla resultaron positivas a los virus PVX y PVY.

Comentarios

comentarios

Siguenos!

Países que nos están viendo


Suscribete al Boletin