Análisis

Conoce el Santoro, fiesta de Día de Muertos en Hidalgo

Aparte de pan de muerto, cempasúchil, luz, agua, sal, comida favorita del difunto, en Hidalgo se agregan los tamales en hoja de plátano a los altares, esto como fiesta representativa para honrar a los difuntos, así nos comparte este texto Tiyako Felipe, oriundo del lugar

Tenango de Doria, Hgo., 1 de noviembre de 2022.— En la cultura ma’alh’ama’ (Tepehua) de la sierra Otomí-Tepehua de Hidalgo, el Santoro es el Día de Todos Santos o la fiesta de los muertos como le llaman en otras culturas. En la población serrana es el resultado de un abigarrado conjunto de prácticas y representaciones cuyo origen sienta sus bases en el México antiguo y colonial. Es desde ese marco cultural que los pueblos de la sierra ahora celebran una festividad donde se unen el plano terrenal y el mundo inanimado.

La Sierra Otomí-Tepehua es un paraíso eco-turístico en el estado de Hidalgo; conformado por los municipios Tenango de Doria, San Bartolo Tutotepec y Huehuetla.

Para los ma’alh’ama’, el Santoro no es cuestión de uno o dos días. Al estar enlazada con el ciclo agrícola, la fiesta inicia el mes de mayo, cuando se empieza a preparar la tierra para la milpa; donde a la par de maíz, frijol, chile y calabaza también se siembran las flores de cempasúchil y mano de león (terciopelo).

El momento cumbre de la fiesta de los muertos para este pueblo indígena de nuestro México contemporáneo inicia el 18 de octubre, día de la celebración de San Lucas en el mundo católico. En esta fecha se espera la visita de aquellos seres queridos que tuvieron una muerte violenta, accidental o intencional.

Un segundo momento es el 30 de octubre, conocido como el “Día de las Cabezas”. En este día se sacrifican los pollos y guajolotes para ofrendar. También se preparan los primeros tamales, que por estar pensados para los más pequeños se elaboran a base de frijol o manteca. A los primeros se les llama pula’stap y a los segundos mantica’bad. Tampoco puede faltar el tradicional “pascal”: una especie de caldo de pollo mezclado con semillas de calabaza machacadas. La ofrenda para los más pequeños se coloca el 31 de octubre al mediodía.

El tercer momento es el 1 de noviembre, cuando se prepara la ofrenda para los adultos. En ella se colocan mole de guajolote, tamales, pan, frutas de temporada, dulces, cerveza y sobre todo aguardiente. Además, se colocan herramientas de trabajo como el machete y el morral. Una muda de ropa y el tradicional copal. Todos estos elementos alumbrados permanentemente por la luz de las velas. La ofrenda para los grandes se coloca al mediodía del 1 de noviembre.

Una mención especial merece el pu’ay’pula’: el tamal grande, como se traduce literalmente. Este tamal especial lo elaboran las familias que perdieron a un ser querido en el año en curso. Está hecho a base de masa, frijol molido y papaclillas: una especie de hojas silvestres que le dan un aroma y sabor muy particular.

En el llamado tamal grande es donde se puede percibir la dimensión temporal de la cultura ma’alh’ama’, debido a que su elaboración contempla uno de los números tradicionales de la cultura de tradición mesoamericana: siete capas de la mezcla de masa y frijol. Además de que está pensado para ofrendarlo en el altar y posteriormente entregado al amah’un’un’ (enterrador), quien lo recibirá por cuatro años seguidos.

Desafortunadamente la elaboración del pu’ay’pula’ cada día es menos frecuente entre la población actual. El Santoro, igual que muchas otras expresiones y prácticas, no puede resistirse al impacto del tiempo y la esencia dinámica de la cultura.

Fotografías: Tiyako Felipe

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