Análisis

Cuerno Africano: el trágico capítulo de la sequía

Uganda comenzó a verse afectada por esa trágica situación subregional, la peor de su tipo en los últimos 60 años, que ya causó decenas de miles de muertos y coloca en estado de urgencia humanitaria a otros miles

Julio Morejón*

La Habana.─ Si bien África logró sobrevivir a duros tiempos de epidemias y guerra, desde hace varias décadas, otro enemigo, la sequía persistente, coloca a su región nororiental al borde de una catástrofe.

Para comprender los efectos perniciosos de la escasez de lluvias debe saberse que se vive un momento trágico en el deterioro de las condiciones del clima, cuyas causas inmediatas son imputables unas veces a los africanos y otras no tanto.

A cada instante, la naturaleza confirma su capacidad de reacción ante la agresividad con que actúa el individuo, cuando, por ejemplo, somete a una despiadada deforestación grandes zonas boscosas. La respuesta puede ser un cambio desfavorable en el ciclo de las precipitaciones, con la consecuente desertificación de los territorios.

La erosión de los suelos, hasta convertirlos en infértiles, transforma a grandes extensiones del ecosistema en zonas de hábitat muerto, lo que afecta directamente a los humanos, quienes observan cómo desaparecen sus lugares de asentamiento y con ellos el sentido de pertenencia.

La más importante afectación climática sufrida en la actualidad en la zona del Cuerno de África (Somalia, Etiopía, Djibuti y Eritrea) es una sequía de grandes proporciones que daña a más de 12 millones de personas.

También el problema repercute en Kenia, adonde acuden por decenas de miles los refugiados de países vecinos, en peor situación. Allí se encuentra el campo de refugiados de Dadaab, considerado el mayor del mundo, pero ya desbordado por los inmigrantes.

Este campamento, construido hace 20 años para albergar a 90 mil personas, en la actualidad está por alcanzar los 400 mil habitantes, más de cuatro veces su capacidad.

Se calcula que entre mil 300 y mil 500 personas llegan cada día al lugar. El mes pasado lo hicieron más de 40 mil somalíes, la cantidad mensual más alta en la historia del campamento.

Según la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), Uganda también comenzó a verse afectada por esa trágica situación subregional, la peor de su tipo en los últimos 60 años, que ya causó decenas de miles de muertos y coloca en estado de urgencia humanitaria a otros miles.

En el actual panorama, respecto a la amenaza de crisis alimentaria de gran envergadura, se recuerda que “las llanuras de Somalia y de Djibuti padecen una aridez extrema y sequías frecuentes, a pesar de que la región del Cuerno Africano se sitúa cerca del ecuador terrestre”.

Lo peor de su situación es que esos países pobres carecen en su mayoría de infraestructura para enfrentar tanto la llamada sequía meteorológica ─periodos de escasas lluvias─, como la hidrológica ─de largos lapsos sin precipitaciones─, y la secuela extrema, la aridez; faltan técnicas adecuadas y la pobreza impide su adquisición.

En ese ámbito afloran las mortales trampas del subdesarrollo, de sometimiento socioeconómico y limitación de las aspiraciones de progreso, dualidad nociva que intensifica la gravedad de las regiones afectadas, cada vez más dependiente de remedios pasajeros, efímeros.

A eso se une la incapacidad de los estados correspondientes de proyectarse por poseer en poco tiempo los medios para neutralizar o por lo menos sortear la tragedia, asunto medular y multidiverso que se les plantea a los países más pobres, y con lo cual se aclara que el problema no es una singular disputa con la naturaleza.

La complejidad del asunto destaca por la gravedad de sus secuelas, entre las que descuellan componentes sociales, políticos, económicos, psicológicos, éticos y otros, unos más palpables e inmediatos y algunos camuflados, pero todos interactuando a la vez.
Aunque la FAO demuestra su carácter humanitario cuando dice “comenzamos a seguir de cerca lo que pasa en Uganda, donde hay lugares afectados por la inseguridad alimentaria causada por la sequía”, se piensa que su papel tiene que ser reforzado por el consenso de la comunidad internacional y principalmente por el apoyo de los países desarrollados.

Ante los hechos, el llamado Primer Mundo debe asumir parte de la deuda con la catástrofe anunciada en el este de África, que puede extender su metástasis por las consabidas prácticas destructoras de los obsequios de la naturaleza, como la capa de ozono, con gran incidencia en la configuración climática del orbe.

Ahora Somalia, Kenia, Etiopía y Djibuti están sometidos a los negativos efectos de la sequía y Uganda puede ser el próximo país afectado por una situación alarmante de malnutrición causada por la falta de precipitaciones.

Según la organización no gubernamental Oxfam, “los próximos cuatro meses empeorarán la situación en Etiopía, Kenia y partes del sur de Somalia”. La circunstancia seguirá siendo clasificada como emergencia hasta fines de año, mientras que en la región meridional somalí probablemente se declare la hambruna.

Somalia, el epicentro

Pese al consenso sobre la urgencia de la convocatoria para salvar al oriente africano, persisten obstáculos para que fluya el envío y distribución de las miles de toneladas de víveres necesarios, uno de ellos es el rechazo de la organización somalí Al Chabab a la distribución de la ayuda en zonas que controla y otras son las objeciones burocráticas. Somalia es un país que califica entre los llamados “Estados fallidos”, pues, de hecho, allí no existe autoridad central desde el derrocamiento del ex presidente Mohamed Siad Barre en 1991 y los grupos armados imponen su ley mediante la violencia.

Al Chabab rechaza la existencia de una desesperada situación humanitaria y niega la aceptación de la ayuda alimentaria, sobre la cual amenazó que la quemará. Aunque esa postura negativa no es general entre todos los componentes de la formación, aparece como dañina ante los ojos del mundo.

Otro aspecto que entorpece el proceso es la lentitud con que operan los mecanismos burocráticos, los cuales entrañan formalismos que interrumpen el acceso de los emigrantes a los campos. Ellos deben permanecer largo tiempo sin acceso a los beneficios de los campamentos por falta de clasificación y de la documentación requerida.

La velocidad del flujo migratorio sobrepasa la capacidad de asimilación de los encargados de tramitar esa entrada y prestar otros servicios de primera necesidad a los refugiados.

Un aspecto central de gran importancia es la reticencia de estados desarrollados de aportar al financiamiento de la causa. Según estimados, se requieren dos mil 400 millones de dólares para enfrentar esta crisis. Hasta finales de julio las agencias de la ONU y otros asociados sólo habían recibido mil millones de los donantes.

* Periodista de la Redacción África y Medio Oriente de Prensa Latina.

Fuente: Prensa Latina

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