Biotecnología

Semillas transgénicas, ¿alternativa ente el cambio climático?

Por: Norma Sánchez-Santillán y Rubén Sánchez-Trejo*
Foto e imágenes: Especial / Norma Sánchez-Santillán

México y el resto de los países latinoamericanos enfrentan el dilema del uso de las semillas transgénicas, particularmente del maíz, ante el reiterado cambio climático, entre otros argumentos. Por un lado, diversas organizaciones de la sociedad civil así como grupos de científicos manifiestan su total desacuerdo, mientras que las empresas fabricantes de las semillas transgénicas intentan por todos los medios venderlas a los productores, con la anuencia gubernamental.

Los países de América Latina afrontan el injusto reparto de la propiedad de las tierras de cultivo, la pobreza rural, la dependencia alimentaria y el evidente deterioro ambiental derivado del mal uso de los recursos naturales, más que por el cambio climático.

Dichas acciones, en conjunto, han dado pie a que científicos de diversas disciplinas enfoquen su interés en los avances de la bioingeniería con la esperanza de orientar la agricultura hacia métodos intensivos de producción agrícola y con ellos paliar los problemas antes mencionados, originando así una segunda Revolución Verde.

Con base en ello, en este artículo discutiremos las diferencias entre las semillas transgénicas y la segunda Revolución Verde; con la finalidad de aportar elementos que permitan elegir la mejor opción ante un problema de graves consecuencias ecológicas.

La segunda Revolución Verde
Esta revolución agrícola busca, mediante la bioingeniería genética, desarrollar semillas que faciliten una disminución en riego, fertilizantes y agroquímicos, logrando así un incremento en la productividad frente al problema mundial de alimentar una población con crecimiento exponencial y ante un eventual cambio climático.

En el sector agropecuario, los antecedentes de dicha revolución inician en las décadas de los cincuenta y sesenta —en todo el mundo y desde luego en Latinoamérica— mediante tres pasos: 1) el regadío controlado para no depender del temporal; 2) la aplicación de fertilizantes para enriquecer los suelos agrícolas, y 3) el uso de plaguicidas para controlar plagas.

Cada paso buscó un aumento en el rendimiento agrícola; sin embargo, el uso de la maquinaria y los sistemas de riego, junto con los agroquímicos, fue parcial en el campo mexicano ya que aún persiste la agricultura de subsistencia y los niveles de producción difícilmente alcanzan los excedentes para su comercialización.

La estrategia de Estados Unidos en la industrialización agrícola de América Latina es, sin duda, la revitalización del sistema capitalista, donde las fundaciones Ford y Rockefeller, así como el Banco Mundial coadyuvan a la divulgación de métodos y técnicas destinados al aumento en el rendimiento agrícola, bajo la coartada de disminuir el hambre en el mundo a corto plazo.

Sin embargo la compra de esta tecnología resulta, además de excesiva por los altos costos, carente de garantía en su éxito ya que las condiciones climáticas, las características del suelo y las condiciones socioeconómicas de los campesinos que las utilizarían —pertenecientes a los países en desarrollo— no coinciden con las del vecino país del norte.

Asimismo, la difusión de parte de Estados Unidos ha sido usada de manera idealizada como un “mecanismo salvador” del obstáculo que suponía la incapacidad tecnológica de la agricultura en los países subdesarrollados; es así que, como parte central de los insumos que ofrece dicho bloque tecnológico, se encuentran las semillas transgénicas.

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