Sector Rural

Empresarios apuestan por la conservación del ecosistema escamolero

Actualmente, a un año de haber iniciado el proyecto, la granja experimental paga el kilo de escamol al productor en 650 pesos, mientras que el costo a restaurantes y otros clientes es de 800 pesos, para cubrir los costos de manejo del producto. Con base en estos precios, Armando Soria consideró que si la iniciativa sigue avanzando exitosamente, en un periodo de cinco años, el precio de los escamoles al consumidor final podría reducirse hasta en un 50 por ciento.

De forma similar al impulso que en países como Laos se ha dado al consumo de insectos como una herramienta para paliar la desnutrición infantil, en México incentivar la producción de escamoles implica poner a disposición de los consumidores un alimento con un alto valor nutrimental —al cual la mayor parte de la población no tiene acceso debido a su costo— pero que posee hasta 68 por ciento de valor proteico, mientras que la carne de res aporta entre 12 y 14 por ciento de proteína.

A la par de los beneficios nutrimentales, el adecuado manejo “poscosecha” del escamol daría a los productores recursos adicionales al comercializar el producto con valor agregado, mediante el envasado de escamoles al alto vacío o con la elaboración de salsas o condimentos hechos a base de los insectos.

La transformación de la producción de escamoles basada en criterios de conservación ambiental implicaría un beneficio directo para quienes viven de esta actividad y cuyos ingresos —obtenidos sólo durante una época del año— sirven para mantener a familias completas en el sector rural.

Por ello, a la par de trasplantar nidos escamoleros, la granja experimental de escamoles busca establecer cultivos alternos de nopal y maguey, que son alimento para la hormiga y que aportan a los productores de la región ingresos fijos mientras no hay producción de las hormigas.

Este proyecto —enfatizó Armando Soria— “es altamente rentable, pero a largo plazo, ya que también debemos investigar a fondo el comportamiento de las hormigas escamoleras, cuáles son las condiciones óptimas para que produzcan, qué tipo de alimentos son los que requieren o las distancias adecuadas entre nido y nido, por ejemplo”.

Para dar continuidad al proyecto, la familia Soria firmó un convenio con propietarios rurales de la región —productores de tuna y nopal, principalmente— mediante el que tendrán a su disposición 21 hectáreas, que se suman a las dos y media con las que cuentan actualmente, para ubicar nuevos nidos escamoleros.

Asimismo, la granja experimental ha contado con el apoyo de organizaciones de consumidores como el Convivium del Bosque de Slow Food, asociación eco gastronómica internacional sin ánimo de lucro, que en marzo pasado coordinó un “Laboratorio del Gusto” en la zona ejidal donde se lleva a cabo el proyecto escamolero.

El Laboratorio del Gusto consistió en una degustación guiada de tlacoyos, barbacoa, tacos de escamoles y tamales, preparados por miembros de la comunidad de Puerto México. También se presentaron a la venta productos como mermeladas y salsas, elaborados con productos regionales y, por supuesto, con escamoles.

Slow Food fue fundada en 1989 para contrarrestar la “comida rápida” (fast food) y la “vida rápida” (fast life), impedir la desaparición de las tradiciones gastronómicas locales y el interés por la nutrición, por los orígenes, los sabores y las consecuencias de nuestras opciones alimentarias.
Para Slow Food, la alimentación debe ser buena, limpia y justa. Los alimentos deben tener buen sabor, deben ser producidos sin dañar al medio ambiente, a las especies animales ni a nuestra salud, y los productores deben ser retribuidos justamente.

2000 Agro

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