Análisis

Norman Borlaug: la revolución contra el hambre

Al invertir en instalaciones, los agricultores demandaron más electricidad para iluminar las casas y para conducir los motores en los pozos. Aumentó la demanda de bienes de consumo. La compra de radios en las aldeas también aumentó y los gobiernos pudieron llegar a las aldeas remotas, con programas educativos. La revolución verde obligó a los gobiernos a mejorar muchos de sus servicios públicos. Los pueblos exigieron la mejora de sus carreteras, transporte, escuelas. Así, el divorcio entre el intelecto y el trabajo, que Mahatma Gandhi consideraba como la plaga de la agricultura de la India, estaba llegando a su fin.

El doctor Borlaug se pregunta, ¿qué hace falta para apoyar las campañas de la producción de variedades y nuevas tecnologías cuando están disponibles para su lanzamiento para aumentar la producción en muchos países en desarrollo?: la voluntad y el compromiso de sus gobiernos.

Este éxito también dependía de la hábil ejecución de los líderes científicos, por lo cual es lamentable que muchos investigadores en países avanzados hayan renunciado a su lealtad a la agricultura por razones de conveniencia y prestigio. Instituciones han restringido la investigación básica que se puede hacer bajo la égida de sus departamentos de agricultura, los cuales, sin embargo, pueden contribuir en el avance de la producción de alimentos.

A partir de sus propias motivaciones, los investigadores servirán a la ciencia. Pero las instituciones tienen la obligación moral de servir a la agricultura y la sociedad, y para cumplir con esa obligación de honor, deben educar a los científicos, cuya principal motivación es servir a la humanidad.

Y es que todos los programas de éxito deben ir precedidos y acompañados por la investigación. El cambio rápido en la producción de trigo en la India y Pakistán fue en parte posible gracias a dos décadas de investigación en México.

¿Cómo se llegó a esto?
A petición del gobierno mexicano, en 1943 —varios años antes de la creación de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO)— en nuestro país dio inicio un proyecto pionero de cooperación entre el Ministerio de Agricultura de México y la Fundación Rockefeller, para la asistencia en el aumento de la producción de maíz, trigo y legumbres.

En ese momento, México importaba más del 50 por ciento del trigo que consumía, así como un porcentaje considerable de su maíz. Los rendimientos de trigo eran bajos y estáticos, con un rendimiento promedio nacional de 750 kilos por hectárea, aunque la mayor parte del trigo se cultivaba en terrenos irrigados. Esta situación fue muy similar a la de la India y Pakistán antes de la llegada de la revolución verde.

La filosofía de la Fundación Rockefeller fue entonces “ayudar a México a ayudarse a sí mismo” en la solución de sus problemas de producción de alimentos. Desde el principio, todos los factores que limitaban la producción de trigo fueron estudiados y, en consecuencia, hubo investigaciones interdisciplinarias entre la genética y el fitomejoramiento, la agronomía, la fertilidad de los suelos, fitopatología y entomología; la química de cereales y la bioquímica se añadieron más tarde.

Sin embargo, la experiencia de México indicó que uno de los mayores obstáculos para la mejora de la agricultura en los países en desarrollo es la escasez de personas capacitadas. Esta experiencia indica claramente que la formación es un proceso lento.

Cuando no existe un cuerpo de científicos capacitados, como fue el caso en México 27 años atrás y sigue siendo en muchos países de Asia, África y América Latina, se requiere de 18 a 25 años para desarrollar suficientes investigadores competentes y los educadores para satisfacer las necesidades de un país.

Estoy convencido de que los institutos internacionales de investigación agrícola están desarrollando un vínculo de entendimiento entre las naciones, basado en la necesidad común de incrementar la producción alimentaria. Todos debemos esforzarnos para fortalecer este vínculo con el espíritu de Alfred Nobel “para promover la fraternidad entre las naciones”.

Inversiones en la dirección correcta

normanbourlag02Los descubrimientos científicos de Borlaug han revolucionado la producción agrícola para los cientos de millones de campesinos humildes de todo el mundo. Pero, si buscamos obtener el máximo provecho de logros pasados y superarlos en el futuro, las inversiones en investigación y educación deben ser mucho mayores que en el pasado.

En el caso de México, pocas veces la investigación puede coincidir con la rentabilidad económica y social. Sin embargo, se estima que de 1943 a 1964 las inversiones en investigaciones de trigo de alto rendimiento generaron ganancias anuales del 750 por ciento. Dichas estimaciones son anteriores al desarrollo de trigo de alto rendimiento; entonces, si a los rendimientos de México se agregan los de Pakistán, la India y otros países asiáticos y africanos, tendríamos como resultado volúmenes de producción increíblemente altos.

Sin embargo, grandes sumas de dinero están siendo gastadas en todos los países —desarrollados y en desarrollo— en materia de armamentos, mientras que cantidades de dinero lastimosamente pequeñas se destinan a la investigación agrícola y educación, herramientas para sostener y humanizar la vida.

La revolución verde ha ganado un éxito temporal en la guerra del hombre contra el hambre y la privación, pero sólo le ha dado un respiro. Si se cumple plenamente, la revolución puede proporcionar alimentos suficientes para subsistir durante las próximas décadas. Pero el poder aterrador de la reproducción humana también debe frenarse, de lo contrario el éxito de la revolución verde será efímero.

Debemos reconocer el hecho de que una alimentación adecuada es sólo el primer requisito para la vida. Una vida digna y humana se constituye por una buena educación, empleo remunerador, vivienda confortable, buena ropa, así como efectiva y compasiva atención médica. De no hacerlo, el hombre puede degenerar más pronto a causa de enfermedades medioambientales que de hambre.

Para Norman Borlaug, si todas las naciones abandonan su idolatría de Ares, Marte y Thor, la humanidad, en sí misma, debería ser destinataria de un premio Nobel de la Paz, al ser “la persona que más ha hecho para promover la hermandad entre las naciones”.

* Investigador titular INIFAP

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